Las formas de violencia hacia las mujeres, a pesar de la fortaleza de los colectivos feministas en lucha, parece no encontrar un final. Ni vivas ni muertas son respetadas y, si como Higui, sobreviven a una manada son judicializadas y encarceladas. Ser mujer no tiene perdón en esta Argentina donde el Presidente asegura haber acabado con el patriarcado.
Desaparece de Puerto Madero la estatua de Ana Frank y el poder, ciego, no puede hallar a los responsables, a pesar de tener vigilada la vida de los ciudadanos y, en especial, las propiedades de los siervos imperiales que viven en el exclusivo barrio.
La ola de estupida violencia del estado no es casual. Para ello entrenaron tropas durante la cuarentena sucia e impondrán el ajuste del cogobierno con el FMI y harán miserables las vidas de los que no se sometan o se hagan parapoliciales.
Las detenciones de gente de la izquierda es el preludio de lo que se viene. ¡Perón (o el caudillejo que sea) o Muerte! Seguirán sin salir a las calles por ningún motivo, salvo que salgan con la policía como hicieron en la cuarentena sucia y para pintar giladas.
Mientras tanto, los hijos del poder, los reyes del patriarcado, gozan de los beneficios del paraestatalismo, que les da impunidad para hacer lo que se les cante por ser “del palo”.
En caso de que sea insostenible la negación, aún para los sinvergüenzas que nos gobiernan, recurrirán a la vieja práctica de la mucofagia. Tales los casos de Aníbal Fernández y José Ernesto Schulman.
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