Nota de Agencia Pelota de Trapo
(APe).- El fantasma agazapado estalló finalmente en el corazón del sur conurbano de la provincia. De un lado y otro del acceso Sudeste que divide las villas Azul (Avellaneda) e Itatí (Quilmes) los vecinos hablan con APe y coinciden: “pedimos que se interviniera antes y no lo hicieron”. En Villa Itatí dice una de las referentes barriales que “nosotros queríamos cerrar la villa. Pero tener nosotros, desde las organizaciones, el control y no generar un estado militarizado. Dejar un único acceso y controlar entradas y salidas. No nos escucharon”. Desde Villa Azul, Dante Rodríguez –uno de los hacedores del comedor “Los chicos del Azul” desde hace siete años- cuenta que “ya el martes de la semana pasada teníamos 2 casos confirmados. Pedimos que actuaran. Que llevaran a los vecinos. Pero no intervinieron. El miércoles reclamamos testeos. El viernes insistimos. Se cortó el acceso Sudeste desde los dos barrios y el sábado aparecieron. Se hicieron los testeos y hubo 53 confirmados. Demasiado tarde”. Los números se multiplican por decenas con el correr de las horas.
Hoy hay un policía en cada entrada de pasillo. Un patrullero por cuadra. “En Villa Itatí queremos que se hagan los mismos testeos que se hicieron en Azul pero no nos hicieron caso”, se planta Itatí Tedeschi, histórica dirigente reconocida en la barriada. Saben de la potencia del virus y le temen.
En Azul hay unas 400 familias, cuenta Dante. Conoce cada milímetro de ese barrio que lo vio nacer, 42 años atrás. Las últimas semanas fueron ganadas por una espesa densidad que llenó a los vecinos de miedo y angustia. A las 17 del domingo los referentes de los comedores barriales fueron recibidos por los intendentes de Quilmes y Avellaneda, los jefes policiales, referentes de Salud. En las últimas horas del domingo, entre las 19 y las 20, la barriada quedó aislada del resto del mundo. Allí donde cada uno fue encontrado, debió permanecer. “Me llamó una vecina. Es una mujer mayor que sólo viene a dormir al barrio porque cuida afuera a un hermano que está internado por otra enfermedad. Son ellos dos solos en la vida. Y cuando quiso volver al barrio no pudo entrar. Está en edad de riesgo y su salud es débil. Tuvo que dormir en la estación porque no tenía adónde. Y está muy angustiada. Si la dejan entrar, después no va a poder cuidar al hermano. Y si no la dejan, estará en el hospital con el hermano y después, deberá dormir en cualquier lado por ahí. Como ella, hay otra gente también”.
Las últimas semanas se preparaban 200 viandas diarias en el comedor “Los chicos del Azul”. Todo a pulmón. Con ayudas entre organizaciones de un lado y otro del acceso. “Desde la Municipalidad (de Quilmes) nos daban carne, verdura, alimentos secos. Todo para preparar las viandas. Después, dejaron de mandar la carne y la verdura y sólo nos daban fideos, arroz, puré de tomates, aceite. Finalmente, el municipio decidió hacer módulos para las 80 familias que teníamos anotadas. Pero a la hora de entregar, mandaron sólo para 50 y hubo 30 familias que se fueron sin nada”, cuenta Dante con desesperación. “La municipalidad dijo que viéramos quiénes nos parecía que no necesitaban tanto para quitar 30 de la lista y les dijimos que no. Finalmente, llamamos nosotros a las familias. Les explicamos y les pedimos que se decidiera entre todos quiénes se creía que necesitaban más y quiénes un poco menos”.
Hay entre cinco y seis comedores en Villa Azul. Hace apenas una semana, Dante e Itatí habían acordado que aunarían fuerzas para que el comedor de Azul pudiera volver a funcionar. Pero no en una casa, como habían hecho antes. El riesgo de contagio se potenciaba. “Pensábamos entregar las viandas en una plaza. Villa Azul tiene pocas calles. Son todos pasillos por los que puede andar de a una persona. Y si hay dos, ya tienen que tener necesariamente contacto porque es muy angosto. Cada pasillo, además, tiene zanjas. Y el agua que se junta ahí después va a parar a la rotonda de Bernal”.
Hoy Villa Azul ocupa las tapas de los diarios y las radios y canales destinan horas y horas de cobertura. “Pero nuestro barrio es olvidado desde siempre. Cada gobierno que vino, hizo promesas pero nunca cambió nada. Tenemos agua corriente pero se corta todo el tiempo. Entonces hay que levantarse a las 2 ó 3 de la mañana para juntar de a poco, lo que se pueda en tachos. Para tomar hay que conseguir agua mineral. Hay inundaciones. Los problemas de electricidad son constantes. Hay palos de luz por caerse todo el tiempo. Los pozos ciegos se rebalsan y hay gente que no tiene baño. Todo va a la misma zanja que después termina en la rotonda de Bernal”.
Muchos vecinos enfermos están hoy aislados en sus casas. Otros fueron llevados a la sede de la Universidad de Quilmes. Los vecinos respiran temor. Tienen miedo de no tener qué comer. Tienen miedo de enfermarse. Tienen miedo de perder lo poco que tienen. Tienen miedo de los 300 policías de las esquinas. Tienen miedo del mañana pero también de este presente que los exhibe desnudos y sin ropajes. Tienen miedo de que el encierro haya llegado para quedarse. Tienen miedo de que la vida ya sea definitivamente una película que se repetirá en blanco y negro para siempre. Tienen miedo de que el miedo los habite eternamente y ya no sepan cómo reconocerse en el rostro de otro, un igual. Tienen miedo de morir, como escribía Galeano. Miedo a lo que fue. Miedo a lo que será. Miedo de vivir.
El fantasma agazapado ya estalló. Irrumpió en la 1.11.14 a mediados de abril. Deambuló por la Villa 31, en esos hacinamientos ghetizados en varios pisos de alto. En Zavaleta. En la 21-24. Se llevó y se sigue llevando vidas entre los eternos invisibles de la tierra. En los portadores de esos rostros surcados por el hambre de décadas. En los cuerpos fragilizados a puro olvido y marginación que descubren un espejo en el que nadie se quiere reflejar.
Mientras tanto, los poderes mediáticos y de los otros debaten bajo que jurisdicción cayó cada contagiado. Y a qué distrito hay que adjudicarle cada una de las muertes.
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