Nada qué festejar


por Alicia Susana Gómez


Un 12 de octubre de 1492, los tripulantes de tres carabelas, que intentaban llegar a la India, son sorprendidos, desde la mar, al grito de “Tierra”. Los marineros, confundidos y con el ánimo desgastado por un viaje que parecía sin retorno, se alegraron creyendo haber llegado a destino.
Sin embargo, sus escasos conocimientos sobre la geografía los traicionaron. Así, casualmente, España encuentra un continente que desconocía y comprueba que la Tierra no era plana. Que el horizonte es curvilíneo porque nuestro planeta es esférico y achatado en los polos.
¿Sólo aquello descubre? ¡No! Descubre su ignorancia por no aceptar diferentes formas de vida humana. Al punto que, al volver con sus trofeos en oro y plata, lleva consigo seres humanos que son exhibidos por las calles de sus reyes encadenados y desnudos, asegurando que eran animales.
América tenía por entonces diez mil años de vida, culturas organizadas en diversidad, creencias, sabidurías e historias. Sin embargo, todo esto fue tratado que se olvide para transformarlo a su manera. No importaron los conocimientos que tenían sobre el Universo, el cuidado de la Madre Tierra, la medicina, la organización social… Importó la avaricia y, escondiendo el motivo, exterminaron civilizaciones enteras, o las conquistaron imponiéndose, o los sometieron a la degradación de la esclavitud. Tenía a su favor las armas de fuego y la mala intención, frente a la confianza de los nativos.
Pero no todo fue triunfo de la injusticia: Muchos pueblos lucharon y prefirieron la muerte a la derrota. Otros conservaron, secretamente, sus tradiciones y las demuestran con el orgullo de haber resistido.
No obstante, este no es día de fiesta: Es de duelo porque la historia sería otra si ese encuentro entre culturas hubiera sido aquello: Un encuentro. Compartir con respeto. Aprendizaje. Un intercambio de lo mejor de cada uno.
Que este día sirva para recordar que la historia no la escriben los vencedores: La historia Es. Brota entre la mentira como una semilla cuando se entierra. Y florece con el riego periódico de la memoria.

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