
En la tarde del 10 de septiembre el supremacista blanco, Charlie Kirk, fue abatido por un tirador que aún se desconoce mientras estaba respondiendo preguntas de la fanaticada de ultraderecha en Universidad del Valle de Utah, que disfrutaba de las barbaridades que estos personajes pueden soltar a diario.
Es más, al momento de su muerte Kirk ensayaba unas cínicas respuestas sobre las minorías y los tiroteos masivos, que hacían que la multitud delirara de odio. Iba por una respuesta más cínica aún, pero el tirador no permitió que la conociéramos, ya que en ese momento una bala destrozó su cuello y acabó con su vida. Así como llegó a la fama, así como salió de este plano, catapultado por otro profeta del odio, seguramente.
El auditorio ultra temblaba de miedo los segundos después de la muerte de Kirk, como siempre la ultra que celebra matanzas de pueblos y cuando un poquito de ese arsenal que ellos apoyan se vuelve en su contra no saben qué hacer. Se suponen infalibles, se ríen de las minorías a las que combaten, saben solamente disparar a indefensos y cuando por un segundo se encuentran en la situación inversa, la desesperación los invade y su individualismo hace que el cuerpo de Kirk quede solamente en brazos de un guardaespaldas.
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