¿Alguien puede negarlo?
El virus ha atacado casi exclusivamente a los mayores del mundo, a aquellos que cobran pensiones o jubilaciones y que los organismos financieros multinacionales han dejado en claro que “cuestan caro”, tal como ha expresado hace un tiempo la tan bien conocida por los argentinos, Crhistine Lagarde. Es decir, para estas lacras, 100 mil jubilaciones menos implican un ahorro importante.
También han multiplicado sus ganancias los laboratorios, para variar. Y los que manejan las bolsas del mundo están comprando acciones a precio vil; acciones que en pocos meses multiplicarán por decenas su valor.
Pero además, los explotadores del mundo sin distinción, están llevando a cabo un ajuste de hecho contra los asalariados en todo el planeta, pagando sólo parte de los salarios (muchas veces menos de la mitad), o despidiendo a sus empleados.
Techint de Paolo Rocca, o el amigo del nefasto ex presidente Macri, Miki Caputo, son claros ejemplos de una oleada que empieza a multiplicarse en Argentina.
El presidente Fernández dice estar enojado con esos “miserables” como él mismo los llamó, pero en su última cadena nacional ni mencionó los despidos, ni los recortes salariales, ni los salvajes aumentos de precios. Tampoco parece hacer nada para reprimir esa miserabilidad en plena crisis, mientras judicializa y detiene a miles de trabajadores por romper a la cuarentena, para salir a ganarse el mango que necesitan para poder comer.
Para colmo de males, al ajuste en ciernes se le suma el relato al estilo canto de sirenas: apoyado en el miedo de la población a salir a la calle, promete miserables $10.000 para los que quedaron fuera del sistema (que el oficialismo contaba en unos 3,5 millones, pero terminaron anotándose 11,5 millones; un “pequeño” error de cálculo que denota que no saben muy bien dónde están parados), para fines de marzo o principios de abril… pero parece que, sacando a los beneficiarios de las AUH, al resto los patearon para adelante. De todos modos, teniendo en cuenta que la cuarentena comenzó el 20 de marzo y terminará (aparentemente) el 26 de abril, 10mil pesos son menos que migajas para que una familia pueda sobrevivir más de un mes, sobre todo si se tiene en cuenta que según el Indec, un grupo familiar necesitó $41.000 en febrero para no caer en la pobreza.
Hay quienes hablan de “nuevo orden” para el mundo que viene después del desquicio planetario creado por el virus del 2 ó 3% de letalidad, uno que pueda “humanizar” al capitalismo. Pero la realidad expresa otra cosa, cuando los pobres se controlan entre ellos y hasta se acusan ejerciendo el rol de policías ante los de su misma clase. Es el Gran Hermano llevado al paroxismo: no sólo te controla el Estado, sino tu propio vecino. El control social impuesto avanza en el recorte de libertades; la vigilancia de las fuerzas de represión en las rutas, las calles y los barrios; la necesidad de pedir permiso para circular y trabajar: el ojo estatal está en todos lados, omnipresente. Un experimento para evitar o socavar futuras posibles rebeliones, que les ha salido demasiado bien hasta ahora.
Si alguien está esperando que el coronavirus cambie este sistema oprobioso donde el 1% de la población posee el 90% de la riqueza del mundo, pronto se dará cuenta de la candidez de esa esperanza. No es la lucha contra el covid 19 lo que construirá un mundo justo, sino la lucha y la destrucción del sistema capitalista.
Si algo ha demostrado –por si hacía falta hacerlo nuevamente- esta crisis sanitaria transformada en cuarentena mundial, es que ante la circunstancia extraordinaria de que la clase trabajadora se ha visto impedida de trabajar, la economía mundial se derrumbó a niveles aún más desastrosos que durante las crisis de 1930 y del 2008, dejando en claro que sólo los trabajadores generan riqueza y no el capital.
El capitalismo, la burguesía, no pueden darle solución a los permanentes problemas que crea, tanto a la humanidad como a la biósfera. La concentración de la riqueza en pocas manos aleja la posibilidad de una vida digna a las mayorías populares, y el modo de producción burgués depreda los recursos naturales a un punto que a esta altura es de casi no retorno.
La peor pandemia, entonces, no es ningún virus, sino el capitalismo.
La Humanidad debe darse cuenta antes de que sea tarde y, en términos históricos, no queda mucho tiempo para ello.
Hoy, más que nunca, la consigna de la especie debe ser Socialismo o Barbarie, o aún más urgente: Socialismo o Extinción
Gustavo Robles
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